23.01.2011 | Cuando fue detenido, amigos, familia, compañeros de ruta y militantes del exterior se solidarizaron. “Pero no mucho más, porque para la sociedad israelí somos traidores y cobardes. Yo decía y digo que la verdadera historia, la noticia, no somos nosotros sino la perversidad que hay detrás” (Jagai Matar, pacifista israelí, 26 años, febrero 2010).
Objetor de conciencia convertido en símbolo entre sus pares. Militante de izquierda y opositor a la conquista de los territorios ocupados por Israel en 1967. Matar abogó siempre por una solución de dos Estados, uno judío y otro árabe, sin violencia: “me di cuenta de que lo que me pedirían en las Fuerzas Armadas era exactamente lo contrario. Entonces elegí no ser parte de eso”. Mientras militaba, Matar conoció a otros jóvenes que pensaban y sentían lo mismo: había algo “terrible” y todos coincidían en identificarlo. Tenían 19 años. Todos terminaron presos.
“Soy católico, pero me parece equivocado alegar este motivo cuando en mi país los obispos tienen honores militares y presiden los desfiles... Creo mejor plantearlo por motivos éticos” (Pepe Beunza en el Consejo de Guerra celebrado en Valencia el 23 de abril de 1971). La España de Franco también los tuvo.
Son jóvenes, aman a su patria aunque se pretenda convencer a todos de lo contrario. Rechazan la violencia armada en cualquier circunstancia, pero más aún cuando ésta se ejerce en un marco de injusticia: la dictadura del franquismo, la ocupación ilegal de territorio ajeno. En un principio eran “exóticos”, y para las cúpulas militares “traidores”. El tiempo -afortunadamente, aunque falta mucho todavía- está viendo crecer una generación que quiere alejarse de las premisas histéricas de quienes encuentran en la guerra un estilo de vida, de gestión y de hacer negocios.
La primera persona documentada y públicamente reconocida fue Henry David Thoreau, encarcelado en 1847 por negarse a pagar impuestos para la guerra. El primer documento escrito sobre una persona condenada por negarse a prestar el servicio militar nos lo ofrece León Tolstoi al contarnos la historia de Drojjin, antiguo maestro de un pueblo de la provincia de Kursk. Negándose a tomar las armas por resultarle inconcebible la idea de matar, fue encerrado en la cárcel de Kharkof y enviado luego al batallón disciplinario de Voronega; el frio y las privaciones le provocaron tuberculosis. Lo pasaron a una cárcel civil sin mejorar ni atender su estado; a los dos semanas murió de pulmonía. Su cuerpo fue arrojado a la fosa común de la cárcel, al igual que los de los criminales.
A finales de la dictadura de Franco algunos conscriptos se negaron a cumplir el servicio militar, provocando la furia de las autoridades. No aceptaron la violencia, ni la injusticia, ni la obediencia ciega. Prefirieron no hacer pie en la fe, debido a que la Iglesia se había mostrado particularmente afín al régimen dictatorial/militar, por lo que hubiera sido contradictorio invocarla; pero al mismo tiempo, no hacerlo les valió más fácilmente el mote de subversivos. Lo suyo era considerado por entonces no sólo una falta de respeto sino también una despreciable extravagancia que se negaba a sí misma el honor de servir a la patria con las armas, como si el contexto no tuviera que ser puesto en consideración.
Poniendo como argumento cuestiones de fe, los Testigos de Jehová y los Adventistas del Séptimo Día ya venían negándose a participar, pagando muchas veces con la cárcel (hasta 6 años) lo que ponía en duda el espíritu de la Ley de Libertad Religiosa; pero el movimiento nuevo tendría un perfil diferente porque la objeción no era solamente religiosa, también -y cada vez más- era de naturaleza política. La represión, lejos de amilanar, multiplicó el problema. Los viejos objetores religiosos y los nuevos objetores políticos diferían en argumentos, paradigmas y conceptos, pero a la larga el resultado era el mismo.
Repetían entonces y repiten ahora que desobedecieron porque para luchar por la paz, para contribuir al fin de las guerras, ellos no querían aprender a matar. Dijo Pepe Beunza, joven líder y símbolo de aquella España: “mientras nuestra sociedad esté en manos de 200 personas dueñas de la banca y los monopolios, mientras que un 1% de los propietarios posean más de la mitad de las tierras de España, mientras que en Valencia 111 fincas ocupen más de la tercera parte de la superficie total, no podemos exigir, salvo engañándolos, que hombres cuyo único haber son la miseria y los callos en las manos arriesguen su vida por defender la riqueza de los demás”.
Con el tiempo -y el deterioro evidente del “generalísimo”- la Iglesia fue tomando distancia, y ya en 1996 se publicó la pastoral “Gaudium et Spes” en la que se pedía protección a quienes se negaran a tomar las armas por motivos de conciencia.
Hoy, en un conflicto caliente, extenso e injusto, aparecen jóvenes israelíes que siguen la línea de Beunza, de Danilo Dolci (lo llaman el “Gandhi siciliano”) y tantos otros. Uno de ellos es Jagai Matar (con toda lo paradójico de su apellido), al que siguen encarcelando en cada manifestación callejera. ¿Por qué? Porque “para los objetores, tolerancia cero”, concepto que proviene del Ministro de Defensa israelí Ehud Barak, avalado por la sugerencia de “aplicar puño de hierro…”, del Jefe del Estado Mayor del Ejército, Gabi Ashkenazi para aplicar “…ante toda insubordinación de los refuseniks”, término peyorativo, en ruso, asignado a quienes “deshonran a la Patria”.
Ocurre que el entrenado y muy profesional ejército de Israel tampoco las tiene todas consigo. Perdió la aureola de imbatible en El Líbano, cuando Hezbollah -con altísimo costo en vidas- logró expulsarlo. Y está perdiendo respeto en muchos jóvenes (y sus madres) luego de la “Operación Plomo Profundo” en Gaza, que provocó la muerte de más de 1.500 civiles palestinos. La “materia prima” de este ejército son los jóvenes de 17 a 20 años, y éstos comienzan a mostrar fisuras.
Sin embargo, estos chicos no rechazan a las Fuerzas Armadas como tales; lo que no aceptan es el descontrol en el que cayeron quienes dejaron a Israel afuera del Derecho Internacional desde 1967 hasta la fecha. En este sentido, naturalmente, la suya es una decisión de conciencia y también de filosofía política. Tampoco descreen del Estado, pero exigen fundamentos éticos para actuar. Josef Bergstein, activista del grupo Refuz, dijo: “¿qué autoridad moral tenemos para tirar abajo una casa? Quiero ser libre para decir que no”. En un país donde el presupuesto de Seguridad llegó en el 2010 a su máxima marca histórica, hasta la obligatoriedad del servicio militar está en discusión.
Violeta Leguizamón y Nurit Azulay son dos argentinas que viven en Israel como ciudadanas. Nurit nació en Israel pero pasó su infancia y su adolescencia en Rosario, Argentina. Ambas rechazaron cumplir con el servicio militar. Leguizamón llegó a tener ataques de pánico. Sintió que le lavaban el cerebro y optó por una estrategia. “Me hice la loca. Fui al psicólogo y dije las frases que había que decir para zafar”, confesó más tarde. Se hizo la loca. No, no está loca; locos son los otros.
Thoureau, Drojjin, el Pepe Beunza ayer. Jagai, Violeta, Nurit y tantos otros hoy. Gente que estuvo y está dispuesta a ir presa antes que matar un semejante. Chapeau.
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