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domingo, 18 de noviembre de 2012

Iglesia adventista es una de las 'Zonas azules': los lugares donde la gente no se muere



“En el año 2000, mis colegas identificaron una región de la provincia de Cerdeña, Nuoro, donde vivían el mayor número de personas centenarias del planeta. Cuando delimitaron la zona en el mapa, empezaron a referirse a la misma como una ‘zona azul’”. Esta zona montañosa italiana no fue más que el primer paso en el largo camino del periodista de National Geographic Dan Buettner, que ha recorrido durante los últimos años, a lomos de su inseparable bicicleta, todo el planeta para descubrir aquellos lugares donde se vive más tiempo, a los que ha denominado “zonas azules” del mundo y cuyos destinos recogió en un volumen llamado Blue Zones: Lessons for Living Longer from the People who’ve Lived the Longest (National Geographic). Esta próxima semana verá la luz su segunda edición, en la que se recogerán algunos de sus destinos más recientes, como es la isla de Icaria en Grecia, donde se encontró con el centenario Stamatis Moraitis.
Pero años antes, Buettner ya había averiguado que, por ejemplo, Okinawa, en Japón, era el lugar donde menos incapacitados había en el planeta. También, que la comunidad de adventistas del Séptimo Día que vivía en Loma Linda, en California, tenía una expectativa de vida de nueve a once años mayor que la media de sus compatriotas norteamericanos. Pero ¿qué tienen en común todas estas sociedades tan separadas no sólo por lo geográfico, sino también por su cultura y tradiciones? Pues bien, según señaló Buettner, mucho más de lo que podríamos pensar: el objetivo final de su viaje no era tan solo descubrir esos lugares privilegiados, sino también descubrir por qué la gente vivía más allí que en otras partes del planeta.

Leñadores inmortales y daneses relajados
Tal y como explicaba Buettner en la continuación de Blue Zones, Thrive: Finding Happiness in the Blue Zones (National Geographic), se puede aprender mucho de estos países en apariencia tan diferentes. Por ejemplo, subiendo los impuestos, o trabajando menos. Es con lo que se encontró Buettner cuando visitó Dinamarca, un país donde el “producto feliz bruto”, tal como lo denominó, es de los más altos. Y se dio cuenta de que, a diferencia de lo que sospechaba, no era pagando pocos impuestos como sus habitantes conseguían estar más contentos, sino contribuyendo más al sector público a través del pago de grandes tasas que les permitían disponer de un mayor bienestar, en un lugar “donde un abogado gana lo mismo que un barrendero”. Al mismo tiempo, los daneses no trabajaban más de 37 horas a la semana, y gozaban de seis semanas de vacaciones al año. Para Buettner, el gran paraíso de la sociedad occidental.
Pero otros destinos le llevaron aún más lejos. Por ejemplo, a continentes como Oceanía. Y la conclusión a la que llegó es que en ninguno de estos lugares se preocupaban especialmente “por mantener una dieta equilibrada o ir al gimnasio todo los días”. Como señalaba en una entrevista en The Australian,ninguno de los centenarios que se encontró había corrido una maratón ni realizaba ejercicio diario. Sin embargo, sí es cierto que la mayor parte de ellos se habían visto obligados a llevar a cabo trabajos que exigían determinadas cualidades físicas, y por lo tanto, se encontraban en buena forma una vez entrados en su vejez.

Aunque a Buettner no le hizo falta irse muy lejos para comprobar las consecuencias positivas de un buen vaso de vino a las nueve de la mañana: en Cerdeña, Buettner fue abatido de un puñetazo por Giovanni Sannai, un leñador de 104 años que seguía cortando madera cada día a pesar de superar el siglo. Lo que Buettner resalta es que el leñador era considerado un ejemplo a seguir por sus conciudadanos que, como describía, le paraban por la calle para pedirle consejo. “Así es como funcionan las cosas en esta zona azul: cuanto mayor eres, más te quiere la gente”. Así que parece ser que aprender de nuestros mayores no es mala opción si queremos prolongar nuestra longevidad.
Socializa y vive eternamente
Lo que Buettner descubrió al lado de su casa, en California, es que socializar es esencial. En la comunidad de adventistas californianos, Buettner descubrió cómo sus miembros dedicaban la mayor parte del día a entablar relaciones con sus más allegados. En total, hasta siete horas al día dedicadas a intercambiar opiniones con sus más allegados. “La gente más feliz en este planeta socializa unas siete horas al día”, señalaba el viajero en su libro. Algo que también se refleja en la vida laboral, como recuerda el periodista de National Geographic: “El gran determinante para saber si vas a ser feliz o no en tu trabajo, es si tienes a tu mejor amigo allí, mucho más que el dinero que cobras”.
Otro factor clave es poder contar con la seguridad financiera necesaria, mucho más que disfrutar de una avalancha de cambios constantes en tu vida diaria, que pueden resultar llamativas en el corto plazo pero que a la larga no son más que desestabilizantes. Con la salvedad, claro está, de aprender una nueva habilidad, algo que Buettner recomienda encarecidamente: “Aprender a tocar un nuevo instrumento, o adquirir un nuevo idioma, genera grandes beneficios en los años venideros”, señala el escritor. Además, Buettner añadía que lo importante, como no podía ser de otra forma, no es preocuparse por lo material: “Nunca me he preocupado por el dinero, sólo he seguido lo que realmente me interesa”, gusta de señalar el autor, que asegura que una vez están cubiertas las necesidades básicas, el dinero es trivial, a pesar de que ha conseguido colocar varios cientos de miles de ejemplares de su libro que, no obstante, aún no ha sido traducido al castellano.
Ikaria como epítome
Una de las dificultades que se encontró Buettner durante su periplo fue averiguar que los hombres que aseguraban haber superado la barrera de los cien años lo habían hecho de verdad, ya que en muchos casos, cada pueblo había desarrollado una gran reputación turística debido esta circunstancia, por lo que resultaba rentable defender la longevidad de sus habitantes, aunque no fuese cierta. “Historias como la de la recuperación milagrosa de Moraitis se convirtieron rápidamente en folklore”, señala Buettner en el artículo del New York Times haciendo referencia a Stamatis Moraitis, que se retiró a su pueblo natal a mediados de los años setenta a la edad de sesenta años porque pensaba que iba a morir y ahí sigue, décadas más tarde, ya convertido en una celebridad local. “Cuando fui allí en 2009, conocí a un hombre que me contó exactamente la misma historia, porque había aparecido ya en la televisión griega”.
¿Pero cómo son realmente los habitantes de Ikaria? Pues según los datos demográficos extraídos por el periodista nacido en Minnesota a partir de todos los habitantes de más de 80 años, el 10,1% de ellos son analfabetos, el 87,7% de los hombres están casados (por un 40,9% de las mujeres) y el 96% de ellos viven en una casa de su propiedad. Para Buettner, es esencial mantener una relación amorosa, ya que “las personas casadas tienen tres veces más posibilidades de ser felices”. Lo más sorprendente es que no sólo la esperanza de vida de los habitantes de este pueblo era infinitamente mayor que la de, por ejemplo, los estadounidenses o los españoles, sino que además, apenas mostraban signos de enfermedades de declive cognitivo como el Alzheimer. ¿El secreto? Algunos, como el doctor Ilias Leriadis, señalan que la falta de estrés, ya que “nadie lleva reloj y los pocos que hay, no están en hora. Nos levantamos tarde y nos pegamos alguna que otra siesta”. Así que las claves están claras: trabajar poco, pagar muchos impuestos, llevarte bien con tus compañeros de trabajo y echarse una siestecita. Casi, casi, como en España.


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