FIFPro, el sindicato mundial de futbolistas profesionales, afirma representar a más de 50.000 personas que se ganan la vida dando patadas a un balón. Wikipedia, por su parte, estima en 2.000 millones la cantidad de humanos que se dicen cristianos. Cruzando datos, no es aventurado suponer que el grupo de población que comparte ambos atributos es bastante numeroso. De hecho, algunos viven su religión con especial fervor, hasta el punto de que ha llegado a interferir con su práctica deportiva. Repasamos varios de los casos más destacados.
Católicos, de rito latino u oriental. Ortodoxos, repartidos en sus 15 “iglesias autocéfalas”. Coptos. Protestantes y evangélicos de cualquiera de sus abundantes ramas, incluyendo (o no, a criterio del lector) a los anglicanos. La bimilenaria historia cristiana, plagada de cismas y concilios, ha dado lugar a incontables tendencias, casi idénticas entre sí en los fundamentos de su credo, pero al parecer suficientemente distintas como para causar siglos de guerras, persecuciones y masacres. Siempre en nombre de un Dios al que todas las denominaciones coinciden en señalar como una todopoderosa fuente de amor, pero que jamás se ha molestado en bajar del Reino de los Cielos no ya para establecer quién tiene razón y poner fin a tanto conflicto, sino para, simplemente, demostrar a toda la humanidad de forma certera e inequívoca su propia existencia.
Si la Divinidad está tan atareada con sus cosas de dioses que no tiene tiempo de ocuparse de asuntos importantes como aquél, no parece razonable pensar que le preocupe lo más mínimo quién gana o deja de ganar un partido de fútbol. Pero es sabido que razón y fe nunca se han llevado demasiado bien. Por eso, no falta el futbolista creyente que reza al Señor antes de cada partido pidiéndole la victoria y que le agradece si ésta finalmente llega. No hay constancia de que interpreten la derrota como un castigo y prometan penitencia o propósito de enmienda, aunque no sería de extrañar. Ni tampoco se sabe a quién ha de hacer caso el Altísimo si resulta que en ambos equipos hay rezadores pedigüeños; algunos teólogos estiman que fue así como, en Su infinita justicia, decidió inventar el empate, mientras descansaba al séptimo día viendo el partido en la tele.
Brasil, campeón del Cielo
El caso es que si hay que orar, se ora, y para eso, como para tantas otras cosas, no hay nadie como los brasileños. No en vano es el país con mayor número de católicos en todo el mundo (el dato es variable según la fuente que se consulte, pero ninguna baja de los 120 millones). Por eso, no podía ser en otra nación donde surgiera un movimiento como los Atletas de Cristo.
Este grupo rechaza todo vínculo con una denominación eclesiástica organizada y asegura tener las puertas abiertas a cualquier deportista creyente, si bien buena parte de sus componentes se identifican como evangélicos, una comunidad en continuo crecimiento en aquel país. Su objetivo es, precisamente, predicar el Evangelio entre todos los profesionales de la actividad física; según afirman en su web, hace “casi 30 años” existía en la nación un prejuicio negativo por parte de la Iglesia contra el deporte profesional, al que tildaban de “pecaminoso”, porque, al practicarse los domingos, apartaba al fiel de sus obligaciones religiosas.
Contra este mal concepto, varios futbolistas se levantaron y decidieron fundar el movimiento. Entre ellos estaba Baltazar, delantero apodado “Artillero de Dios” que perforó porterías con la camiseta de, entre otros, el Celta de Vigo y el Atlético de Madrid, con el que llegó a proclamarse Pichichi y Bota de Bronce en 1989. El delantero acostumbraba a regalar una Biblia a algún rival antes de cada partido y decía que, para motivarse, pensaba que el mismísimo Señor estaba en la grada, mezclado con la afición, viéndole jugar. El bueno de Baltazar, como casi todo el mundo, tuvo sus enfrentamientos con Jesús Gil, quien llegó a calificarle como “curilla desquiciado por la religión” durante una mala racha anotadora.
Compañero de Baltazar en el vestuario, y en la devoción, era otro brasileño que hizo fortuna en el fútbol español: Donato. Cuatro Copas del Rey, tres Supercopas y una Liga adornan un más que notable palmarés con Atlético de Madrid y Deportivo de la Coruña; méritos más que suficientes como para que, tras nacionalizarse, Clemente contara con él para la Eurocopa de 1996. Pero por lo que este mediocentro reconvertido en central, tan potente como talentoso, será recordado es por su longevidad. Se retiró en 2003 a los 41 años, con el récord aún vigente de goleador más anciano en la historia de la Primera División. Quizás contribuyera a tanta resistencia su estilo de vida tranquilo: en vez de irse de juerga, optaba por dedicar el tiempo libre a leer las Escrituras y a entonar cánticos en el templo.
La hermandad es muy popular en Brasil, donde otros muchos futbolistas se han unido a ella. Son Atletas de Cristo nombres ilustres como Kaká (ganado para la causa tras un accidente en una piscina que le rompió una vértebra y casi le deja paralítico), Zé Roberto, Taffarel, Alemão o Maxwell. Pero el grupo se ha extendido también fuera de su país de origen. Así, el colombiano Radamel Falcao es un miembro destacado; según asegura, se incorporó durante su estancia en River Plate, en Argentina, cuando una lesión de rodilla le dejó 10 meses parado. En ese tiempo aprovechó paraacercarse a la Iglesia Evangélica de aquel país, a la que hoy debe su fe… y su esposa, a la que conoció en una de las reuniones de la comunidad.
Más allá de los Atletas
Sin que se tenga constancia de que pertenezca a los Atletas de Cristo, también hay un jugador español que destaca por su religiosidad: Juan Carlos Valerón. Uno de los hombres con más talento en los pies que ha dado este país en los últimos 20 años, con todo lo que eso implica, se confiesa cristiano evangélico por herencia: toda su familia se pasó desde el catolicismo a esta otra corriente a raíz de un problema que tuvo uno de sus hermanos. El mago de Arguineguín dedica gran parte de su tiempo fuera del campo a la oración y siempre se ha mostrado dispuesto a mostrar el camino de la fe a cuantos compañeros se hayan interesado. Habiendo pasado por Las Palmas, Mallorca, Atlético y Deportivo, no sería de extrañar que hubiera conseguido más conversos que algunos obispos.
La fe católica romana que abandonaron los Valerón se mantiene en otros muchos futbolistas. Un ejemplo sonado es Javier “Chicharito” Hernández, mexicano que golea en las filas del Manchester United. El delantero es natural de Jalisco, estado que tiene fama de encontrarse entre los más religiosos de la República. Desde muy temprana edad, su abuela le inculcó el amor por Dios a la manera de la Santa Madre Iglesia, de manera tan eficaz que hoy en día es conocido tanto por su buen rendimiento con las camisetas roja de los (paradójicamente) Diablos Rojos y verde de su selección, como por el peculiar ritual que realiza siempre que salta al campo en el once titular: inmediatamente antes de empezar el partido se arrodilla sobre el césped y se abstrae del mundo durante unos segundos, que dedica a la oración. A algunos de sus compañeros, como Rooney, les parece una actitud un tanto ridícula e incluso han intentado que deje de hacerlo, sin mucho éxito. Ni siquiera se amilanó cuando llegó a recibir amenazas de la hinchada protestante del Glasgow Rangers.
En México hizo buena parte de su carrera, pese a ser chileno, Carlos Reinoso. Desde su puesto de lo que al otro lado del charco llaman “volante de creación”, este habilísimo centrocampista fue la gran estrella del Club América en los años ’70, equipo al que posteriormente entrenó en varias etapas y del que todavía está considerado uno de los mayores mitos. Pero Reinoso, de orígenes familiares muy humildes, se vio sobrepasado por la presión social de la fama y el éxito y cayó en una espiral de excesos y adicciones. Por suerte, según cuenta, refugiarse en Cristo le sirvió para dejar atrás esa vida y convertirse en el hombre rehabilitado que es hoy.
Otro que atribuye su recuperación a la fe es el nigeriano Nwankwo Kanu. Niño prodigio de la cantera del Ajax, en 1996, con apenas 20 años, los médicos del Inter, que lo acababa de fichar, le detectaron un fallo en el corazón que le hizo pasar por el quirófano y someterse a largos y complejos tratamientos médicos. Cualquier persona, ante semejante trance, se habría hundido y habría optado por buscarse la vida fuera del fútbol. Kanu, católico, combinó trabajo y rezos para recuperarse, fichar por el Arsenal y ganar allí dos Premier Leagues, dos copas FA y un título individual de mejor jugador de África.
Sobre todas las cosas
El catolicismo es también la religión de Abel Balbo, delantero argentino que hizo carrera en Italia, en las filas de equipos como el Udinese, la Roma, el Parma y la Fiorentina. Precisamente en sus años de blanquinegro fue poco a poco convenciendo a sus compañeros para que acudieran con él a misa; al principio iba él solo, pero con el tiempo logró que le acompañara casi toda la plantilla, y considera mucho más importante que sus goles el hecho de que aun hoy, dos décadas después, bastantes de ellos aún visiten el templo semana tras semana. Por si fuera poco, Balbo fue el organizador de un encuentro, bastante famoso en su momento, entre el Papa y varios futbolistas argentinos (más el uruguayo Fonseca) que militaban en la Serie A allá por 1996.
La doctrina de Roma es un elemento esencial en la vida de Javier Irureta. Futbolista en los años 60 y 70, campeón de la Intercontinental con el Atlético, subcampeón de la UEFA con el Athletic, y míster de prestigio desde los años ’80, ha manifestado en repetidas ocasiones que sus creencias cristianas se remontan a su niñez y se han mantenido firmes desde entonces. Tanto es así que una de sus costumbres se ha hecho célebre: hace que los jugadores del equipo que entrena, antes de saltar al campo, recen en común un padrenuestro. No obstante, afirma que más que sentido religioso, el acto, del que se encarga el capitán, tiene por objetivo crear conciencia de equipo y mantener unidos a los jugadores. De hecho, han participado jugadores de otras confesiones (como el judío Revivo o el musulmán Naybet) sin problema alguno.
Llamativo es el tesón con que viven su fe, sea la que sea, en otra tierra de hombres de fuerte carácter como son los Balcanes. El ejemplo más reciente es el del croata Mateo Kovačić, jovencísimo (19 años) fichaje del Inter de Milán y devoto católico como la mayor parte de sus compatriotas. En su país fue noticia no sólo por sus buenas actuaciones desde su debut en la liga, con 16 años, sino porque durante todo ese tiempo compaginó su puesto en el centro del campo del Dínamo de Zagreb con su labor como monaguillo en su parroquia cada domingo. De hecho, la llamada del Inter le pilló en Bosnia, en plena visita al famosísimo monasterio de Međugorje. También saltó a la fama hace unos años el arrebato místico, en este caso ortodoxo, de Mateja Kežman, ariete trotamundos serbio que manifestó su intención de convertirse en monje tras su retirada. Puede que lo dijera sólo como forma de llamar la atención en un momento en que su carrera estaba en franco declive, ya que las últimas noticias que se tienen de él apuntan a que, en realidad, se dedica a la representación de nuevos talentos.
Cuando la fe no salva
En algunos casos, sin embargo, la devoción ha sido fuente de problemas. Famosísimo es el caso del guardameta argentino Carlos Roa. Vino al Mallorca de la mano de Héctor Cúper, fue en su primer año subcampeón de Copa, al siguiente ganó el Zamora, la Supercopa y llegó a la final de la Recopa, se había consolidado incluso como titular en el arco de la Albiceleste… pero en verano 1999, en lo más alto, con ofertas hasta del Liverpool, decidió dejarlo todo por “motivos religiosos”. Se había convertido en miembro activo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, entre cuyos dogmas se incluye la prohibición de cualquier actividad laboral en sábado, lo que resultaba incompatible con su trabajo como futbolista. Apenas nueve meses después se lo pensó mejor y volvió, pero a sus 30 años su mejor momento de forma ya había pasado; el cáncer testicular que sufrió años después terminó de hundir su carrera.
Menos traumática a largo plazo, aunque quizás más en el momento, fue la anécdota que vivió el mediapunta colombiano Juan Pablo Pino al principio de su etapa en el Al-Nassr de Arabia Saudí, allá por octubre de 2011. Pino decidió darse un paseo por un centro comercial de la capital del país, Riad, usando una camiseta sin mangas, debido a las temperaturas elevadas que reinan por aquellas tierras. La prenda dejaba al descubierto sus brazos, en los que tiene diversos tatuajes… incluido el rostro de Jesús de Nazaret. Esto indignó a algunos saudíes que también se encontraban en el comercio, lo que causó la llegada de la policía y la detención del jugador durante unas horas, hasta que el delegado del equipo llegó para aclarar el malentendido. Hoy Juan Pablo ha vuelto a tierra cristiana, concretamente al Olympiacos griego.
Este último caso no es más que un ejemplo extremo de las consecuencias derivadas del exceso de celo en materia religiosa. Por fortuna, en el fútbol los conflictos de fe, demasiado frecuentes en algunas gradas, no suelen trasladarse al césped. No hay que olvidar que Dios, en caso de existir, no tiene colores. Al menos mientras la FIFA no admita en su seno a la selección del Vaticano…
Fuente: VAVEL
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